sábado, 22 de diciembre de 2018

CRITICA DE CLITEMNESTRA



Clitemnestra, de Yourcenar/Ramírez Jar

Mares de Pasión y duelo



     Durante los años 2009 y 2010, en Santa Clara, se produjeron dos acontecimientos teatrales: sendas versiones de Electra, unipersonales con Sol Fernández y María de las Victorias Garibaldi. Sol, singularmente dotada para la actuación, emigró del balneario, pero Victoria resituó el Teatro Poquelín junto a su marido Rodríguez Brusa allí mismo, en el corazón de Mar Chiquita, y hoy es una referente ineludible de las artes escénicas bonaerenses. Ambas tuvieron en común su director, Jorge Ramírez Jar, quien resucitó el viejo ABC de José María Orensanz en el pueblo que el teatrista marplatense prácticamente fundó, casi exiliado de una Mar del Plata hostil, todavía indiferente al vanguardismo, quizás no del todo ilustrada para eso. Ramírez, padre del centro cultural Casa Azul en el 2006, maestro de su Escuela Municipal de Arte Escénico, llegaría a una docena de piezas estrenadas, y luego, con su elenco Los del Fondo insistiría en el derrotero, infatigable, comprometido en esta gesta solitaria, y solidaria, llamada teatro.

  Pues bien: el tiempo pasó, y quien no pasó fue Ramírez Jar. Entusiasta inclaudicable de los clásicos, acaba de adaptar el complejo texto de la extraordinaria Marguerite Yourcenar Clitemnestra o el crimen, y la confió a una no menos notoria Lucía Beatriz Medina, experimentada actriz que, gracias a la precisa orientación de su puestista, logra un trabajo difícil de olvidar. Y todo en Santa Clara, de nuevo capaz de sacudir la liviandad veraniega apostando a un drama sostenido y severo.

  La obra, debe señalarse, es oportuna, cuando está en plena fermentación el debate de género, y el discurso expositivo de la victimaria —la reina de Micenas mató a su marido, el célebre héroe Agamenón, apenas desembarcó regresante de Troya, nimbado de gloria— resplandece de fría sutileza: sabiéndose condenada, digna y sola,  Clitemnestra no se planta frente al tribunal para defender su fatídica decisión, sino solamente para explicarla. Es, en rigor, una héroa, sin esperanza ni culpabilidad, audaz frente a su destino que, contra la tradición trágica griega, no parece prefijado desde siempre sino penosa, duramente electo. De ahí la auténtica tragedia subrayada por Yourcenar, la de una mujer violentada, agraviada, ignorada, que cumplió a rajatabla su función social, fiel y consecuente a pesar del filicidio del rey contra su propia hija Ifigenia, y ahora, lo sabe, no será ejecutada sino inmolada. Aplicó una resoluta justicia y acepta, con ejemplar valor, el escarmiento, pero no se irá del escenario, mítico e histórico, sin expresarse, abogada y fiscal al mismo tiempo. Perfecta contracara de la tejedora Penélope, Clitemnestra encontró a un Ulises traidor, y como tal lo despojó de su vida; también ella eligió un amante, tan deleznable a sus ojos como la esclava etíope Casandra del marido, y lo manipuló en tanto cómplice del crimen. No hace falta más testimonio en pos de vislumbrar la actualidad del libreto. El amor devuelto en forma de desprecio y violencia, y la respuesta al maltrato extremo. Yourcenar, Medina, Ramírez, se ponen decididamente del lado correcto. Es una virtud extra que la dicente nunca mencione a los otros personajes de su vida, salvo a su secuaz Egisto, No necesita hacerlo ante sus súbditos convertidos en jueces y verdugos, pero, en todo momento, se trata de una mujer en situación, en el fondo anónima, que está defendiendo su identidad, y lo demás sobra.

  Hay detalles que destacar en el concienzudo trabajo del equipo. La pregnancia escénica de Lucía Medina llena el espacio con absoluta naturalidad. Sus desplazamientos, la autocontención —el texto podría haber habilitado el desborde—la voz deliberadamente matizada dentro de un registro austero, la túnica que ella misma confeccionó y el detalle de la guarda, las sandalias y el brazalete como una serpiente en su brazo, en una blancura que opaca la tristeza sin ironías de su decir, brindan una interpretación integral, además del timing preciso. Una acendrada labor de ensayo, y el estudio con que Ramírez asumió su responsabilidad, permite asumir que, nuevamente, supo superar otro umbral: la diferencia entre Clitemnestra y Monólogos de la vagina o Las brujas de Macbeth, todas puestas del director, demuestra su espectacular inteligencia y plasticidad para navegar actrices y elencos, dramaturgias modernas, genuinas o versiones. Y no soslayamos la escenografía en su exactitud: el trono, rústico y a la vez señorial, un supuesto espejo con vestiduras desmayadas, la cratera de bronce. El cuidado en la composición general habla de horas investigando. Y construyendo.

  Clitemnestra despliega los avatares de una pasión escindida entre la venganza y sus más comprensibles razones. La asistencia técnica de la Garibaldi, en bambalinas, se hace notar en la calidad general. El irreprochable funcionamiento de ABC en las manos y la experticia de dos exponentes de nuestra cultura teatral, Jorge y Lucía, revelan cómo el esfuerzo personal, unido al talento, puede seguir fructificando arte, aún en una playa aparentemente tan lejos de las metrópolis.





Dr. Gabriel Cabrejas*



*Profesor en Letras y Doctor en Historia (Universidad Nacional de Mar del Plata). Docente adjunto en las asignaturas Estética y Seminario de cine y vanguardias del siglo XX (Departamento de Filosofía, Faculta de Humanidades UNMdP). Autor de Un escenario en la playa. Itinerarios del teatro marplatense, 1940-1950 (Mar del Plata, EUDEM, 2015), Los años 60, un modelo para amar. Teatro y sociedad marplatenses. Mar del Plata, EUDEM, 2017) y Años de fuego. Veinte años de historia y poética teatrales. El Séptimo Fuego (1997-2017). Mar del Plata: La Fábrica de Bienes Inmateriales, 2017).

 

lunes, 17 de diciembre de 2018